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domingo, 30 de agosto de 2009

La antropología del llano de Adolfo Rodríguez

José Obswaldo Pérez


Gozo debe uno sentir cuando uno ve incorporar a un nuevo libro en la historiografía venezolana. Especialmente de un guariqueño como de nuestro amigo Adolfo Rodríguez, con su nueva producción que lleva por titulo Los Llanos: enigma y explicaciones de Venezuela (Ediciones el perro y la rana, 2009). Más aún cuando la pretensión del libro tiene que ver con el origen y el presente, con lo que somos hoy día. Con la cosmovisión de esa Venezuela profunda, la cual un prócer como Bolívar tuvo la revelación de entender y trasladarse al llano para aliarse con el caudillo de Páez y hacer la Independencia con los caballos del llano.

Cuando Adolfo Rodríguez investiga la historia de los llanos y de los llaneros trata por definir la llaneridad como mito fundacional de Venezuela, y pareciera que está reflexionando sobre nuestra propia experiencia actual (digo, sobre nuestro proceso histórico nacional). Porque pareciera que estamos leyendo un lúcido ensayo sobre la construcción de otro nuevo consenso, de otro nuevo "ideal nacional", menos hispánico tal vez, más bolivariano, probablemente, pero con una carga de historiocidad y datos etnográficos que conformarían una nueva práctica y estructura reflexiva de entender la historia.

Adolfo, posiblemente sea el hombre más inquieto y acucioso en la indagación antropocultural de nuestras culturas llaneras y quien, quizás, pone en relieve la investigación académica de la llaneridad. Más allá de ser un cientista social no deja de ocuparse de sus proyecciones en los enfoques an­tropológi­cos que envuelven a la sociedad llanera (culturas rurales, leyendas y folklore) sobre ese manto geográfico que se extiende en nuestros llanos colombo-venezolanos.

El llanero ha estado siempre presente en la literatura nacio­nal, en la historio­grafía y en los ensayos filosóficos, si bien la conceptualización de esta categoría social suele tornarse nebulosa y varía mucho según los auto­res, porque hay los críticos que no gustan de ese concepto que podría rayar a los extremos ideológicos. Pero, cualquiera sea la extensión que se dé al término, los rasgos más fuertes de la figura y de la épica llanera -de su mito, en suma- provienen del rol del llanero como neoetnicidad y como autodefinición de un gentilicio.

El llanero, en el primer tiempo, fue el cazador ecuestre de ganado cimarrón a quien se procura repri­mir porque­ amenazaba la "propiedad del rey" (especialmente, los inte­reses de los licenciatarios de hatos) y luego la de los hacenda­dos. Es también el "hombre libre", no sujeto a la familia pa­triar­cal ni a las formas de com­pulsión laboral y de control social de las clases subal­ternas. Fue el jinete libre y rebelde, perse­guido injustamente por la autori­dad, que desafía el orden y amenaza la propiedad de los hatos: el que man­tiene "la lanza erguida" pues no se doblega ante los opresores, vengando los abusos de los orgullosos funciona­rios de la ley. Él posee los valores tradiciona­les del coraje y la gene­rosidad, las destrezas para domi­nar el medio natural, encarna el ideal de vida de los pobres y oprimi­dos del cam­po. Hace lo que los demás ansían y quizás no se atreven a hacer. Son precisamente los rasgos del heroísmo campesino de todos los tiempos.

Los Llanos, de Adolfo Rodríguez, trata de un asunto crucial para comprender el código de la cultu­ra llanera que se generó en el ambiente rural de la Venezuela precolonial. El arquetipo del llanero visto desde los ángulos histórico, místico, literario y artístico. Es un libro bien pensado, consumido para la reflexión. Un gran aporte para la comunidad científica y cultural del Guárico y el resto del país.

viernes, 26 de junio de 2009

José Antonio De Armas Chitty: LA VOZ DEL HATO

Alberto Hernández

Periodista y poeta venezolano, Director del

Suplemento Cultural "Contenido" del Periodiquito de Aragua


1.-

Una aproximación a la lexicología venezolana significa un igual acercamiento a las primeras resonancias del habla campesina, suscitadas en fundaciones productoras pecuarias del llano de nuestro país.

No es extraño, entonces, que con la casi desaparición de las etnias aborígenes ubicadas en nuestras planicies, los nuevos habitantes, los colonizadores, hayan destacado y movilizado grandes cantidades de ganado vacuno hacia estas tierras donde la inclemencia del período de lluvias y la agotadora temporada de sequía hicieron posible la presencia de las tres voces de nuestra cultura mestiza: blancos criollos y peninsulares, aborígenes y negros libertos. Todos ellos juntos de acuerdo con los estamentos de la relación de producción y las leyes que imperaban. Esclavos, libertos e indígenas sometidos por los blancos coparon la extensidad de la llanura para dedicarse a la cría de ganado, sobre todo de semovientes vacunos gracias a las virtudes de la geografía.

2.-

Nace entonces esa unidad enclave llamada hato que se corresponde con el hatajo de animales que cada conglomerado posee. Destinados a la producción de alimentos cárnicos, leche y sus derivados, los hatos venezolanos –como otros del continente- llegar a ser posesiones determinantes para la fundación de un país que comenzó siendo rural, campesino.

Toda población maneja códigos, materiales y espirituales. La palabra es un espíritu que se conjuga con la cultura material, o tiene, como afirma Saussure, las dos caras de una moneda, un significado y un significante.

El hato es portador, sus hombres, de un registro lingüístico que ha invadido toda la geografía. Es por ello que podemos afirmar que lo que se habla en las grandes polis tiene referencia en muchas de las primeras palabras encontradas o inventadas en la soledad de la llanura. Es decir, el discurso urbano tiene origen en los más humildes espacios campesinos.

3.-

Las ciudades pioneras en Venezuela eran simples haciendas, unidades productoras de caña, cacao y otros productos tropicales. De modo que la ciudad hablaba lo que consumía. La forma de expresarse del campesino de Higuerote, Barlovento o Cumaná era muy parecida a la forma de hablar del campesino caraqueño. Caracas era una hacienda elegante y aún lo sigue siendo, con las variantes que da la cultura urbana, la tecnología y las germanías propias de una polis contemporánea, caótica, desordenada y delictual. Como aparte, el habla de Nueva York, de la inicial ciudad de NY, era el acento del campesino inglés, con los sesgos de una minoría aborigen y negra. De allí ese arrastrado acento, metálico y chillón del inglés de esa ciudad. Igual sucedió en nuestro país, en nuestra América.

Todo acento, todo idioma con sus variantes regionales, debe ser enfocado desde la etnología para poder entender la multiplicidad de voces y la polisemia de sus contenidos.

El hato como centro de trabajo, de faena campesina, produjo sus propios códigos. De una riqueza extraordinaria, derivó en productora de sintaxis, neologismos, jergas, cadencias que fueron acentuándose más con la llegada de otros conglomerados culturales.

4.-

Voces indias, negras y europeas: en síntesis, un diccionario que se extendió por toda la geografía nacional para unificar nuestra idiosincrasia lingüística. Así, el hato es un generador de vocablos y comportamientos verbales que llegó a ser superado por su propia producción; es decir, en muchas ciudades desarrolladas demográficamente aún se oyen vocablos y giros nacidos en los hatos apureños, guariqueños, barineses y cojedeños, los cuales ya forman parte de una cultura que sigue su curso progresivamente. No fue extraño entonces que nuestra gran literatura vocacional haya comenzado con Rómulo Gallegos, quien le colocó la marca a una manera de decir de una zona que expresa verbalmente una ética y un comportamiento.

5.-

Decir arriero no sólo significaba arrear el ganado, sino entender el estado de ánimo de la sabana. El biorritmo del llano. Un espíritu oculto estima posible el arreo. No todo llanero podía hacerse cargo de la madrina, la cabeza del arreo, y por ende del registro verbal de los hombres de este difícil oficio. Quien hablaba y cantaba para cumplir cabalmente la faena de desplazar el ganado de las partes bajas a las altas cuando las lluvias amenazaban.

Toda palabra es un espíritu y cada una tiene su historia, su conducta. En el llano las palabras comportan no sólo el significado y el significante, sino que contiene un desdoblamiento, un segundo yo, un ánima que como las voces griegas prometen un comportamiento: el miedo, la gracia, la divinidad, el misterio, pero sobre todo este último, porque el llano es palabra y también profundo silencio. La voz del llano se maja en la soledad.

6.-

La forma de hablar del llanero es profundamente telúrico: abarca los sueños y los misterios propios de las horas del día y de la noche. Un llanera puede ser víctima de alucinaciones a las tres de la tarde. Así como puede perder el rumbo con el canto de algún pájaro. O conseguir el camino con una leve brisa, que también contiene un corpus sintáctico. ¿O es que acaso el viento no “habla”?

La naturaleza crea sonidos que se transforman en palabras y en pausas. El ronquido con que se expresan muchos llaneros para señalar duda o sorpresa, es un aporte de los gruñidos zoológicos, de los ruidos del paisaje, de los movimientos del cuerpo producidos por el trabajo.

No es lo mismo soñar o hacer el amor en una cama bajo techo, que hacer lo mismo en un chinchorro y bajo las estrellas. Esa experiencia promete la proliferación de vocablos que seguramente multiplicarán una sindéresis ética, lingüística y psicológica. Indudablemente, incidirán en la manera de decir, de hablar y de sentir las palabras.

Suena a especulación: hacer la prueba podría significar llevar a cotidiana una manera muy especial de humanizarse animal bajo el cielo nocturno.

7.-

El imaginario, es decir, la memoria fabuladora, es un acento que estaciona una atmósfera en esa manera de decir y construir imágenes y contenidos significativos. No es lo mismo decir troja que alacena, por muy evidente que parezca. Decir troja significa haber estado estacionado en un tiempo, en un lugar donde el clima y hasta los olores particularizan la forma de pronunciar la palabra. Así, la troja contiene la seguridad del alimento, igual la sombra que muchas veces albergó el miedo de quienes sentían amenazadas sus vidas. Muchos inocentes y culpables se pusieron a buen resguardo de las hordas criminales de Boves. Ese significado: Lanza de Boves calificaba el comportamiento de un muchacho, sólo tiene sentido en el estado Guárico. Tiene carácter familiar, doméstico.

De modo que así como comemos casabe, cachapas, sancocho, yuca, ocumo y pronunciamos los vocablos totuma, chácara, gurupera, quesera, cincho, enjalma, bozal, mandador, entre otros más, también somos capaces de asumir la ética de esas palabras por el origen que tienen. No es lo mismo decir busaca, chácara que decir morral, acretra o monedero. Palabras de este aquí. Palabras de aquel allá, cosmopolitas. Las primeras nos identifican y nos aportan una nacionalidad local, regional. Las segundas fortalecen la nacionalidad global. Tendríamos que hablar del hato como una nación creadora de palabra e imágenes que recorren el mundo gracias a su permanencia en el hablante venezolano, criollo.

Toda una teoría etnolingüística a ser elaborada para poder entender e interpretar los hallazgos diarios de este universo verbal que obligó a José Antonio De Armas Chitty a escribir el Diccionario del Hato (Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas 1966), aporte que debería ser incluido en las escuelas de nuestros estados llaneros.

jueves, 12 de marzo de 2009

LLANERIDAD: EL ACERVO MUSICAL DE UNA TRADICIÓN FOLCLÓRICA GENERADORA DE VALORES PATRIOS

Lic. Alberto Diaz*


El hombre se entiende en un contexto, dentro de una comunidad con una historia propia y un futuro por construir. En ese sentido, el hombre es en la medida en que se abre a los otros, se inserta en una cultura con normas, valores, costumbres, creencias, y participa críticamente en su transformación.

Ahora bien, las sociedades cambian y, en la actualidad, con mayor rapidez. Sus miembros, para enfrentar con capacidad de decisión responsable dichos cambios, necesitan una visión consistente de hombre, un conocimiento sólido de sus raíces culturales y una percepción clara de las tendencias significativas que se van afirmando en la sociedad.

Una realidad así, cada vez más exigente, globalizada y diferenciada a la vez, requiere un modelo de ciudadano abierto, participativo, crítico, tolerante y solidario.

Cada vez más, la educación, en cuanto "proceso de transmisión, consolidación, creación y recreación de la cultura es el resorte fundamental del desarrollo del individuo y de la sociedad. Su responsabilidad es múltiple y compleja. De ella depende el acercamiento crítico de los sujetos al conocimiento del arte, a los valores y las normas, a las costumbres y las tradiciones.

La educación se realiza implícita y explícitamente, a través de la palabra y de los hechos, desde la casa y desde la escuela, por medio de las instituciones y los medios de comunicación. Este contexto hace que los educandos se enfrenten a múltiples mensajes, muchas veces contradictorios, especialmente en lo que a normas y valores se refiere. Esto supone un serio conflicto y, consiguientemente, un gran desafío, en particular para la familia y la escuela, obligadas, por tal motivo a actuar mancomunadamente.

La cultura tiene que ver con el conocimiento, hoy indispensable para formar parte de la sociedad. Dicho conocimiento, para ser válido, debe ser amplio y significativo, actualizado e integrado, teórico y práctico. Supone el dominio de contenidos, pero más aún de las estrategias y actitudes que aseguren su adquisición. La interacción entre conceptos, actitudes y procedimientos es indispensable para que se haga efectivo el saber. Además, es necesario subrayar que el saber se expresa de diversas formas- conocimientos científico, filosófico, artístico, teológico - todas ellas valiosas y complementarias. Tenerlas en cuenta y cultivarlas ayuda a la persona a agudizar la mirada sobre sí mismo y sobre el mundo.

Una educación significativa requiere una tarea pedagógica didáctica adecuada, cuyo eje es el proceso de enseñanza-aprendizaje. En este proceso es fundamental la centralidad del educando como sujeto único, en permanente evolución, con intereses y capacidades diferenciados que va entrando en contacto con el mundo y tomando conciencia de él. En este sentido, el aprendizaje aparece como un itinerario personal, gradual y progresivo, ligado a su mundo conceptual, afectivo y motivacional en el que él debe ser el protagonista. Pero abierto al intercambio, la confrontación y el aprovechamiento de las capacidades del otro.

La enseñanza debe acompañar e impulsar este proceso promoviendo la reflexión, el surgimiento de interrogantes, la actitud crítica fundamentada, la apropiación, integración y transferencia de los conocimientos y, con ello, el respeto y la valoración de las diferencias.

Por tales razones iniciativas y actividades como las que adelanta el DEPARTAMENTO DE TRADICIÓN FOLCLORICA, adscrito al CELLUNERG y del cual formo parte, van dirigidas a preservar, fomentar y exaltar los más sublimes valores del llanero y de todo lo que la llaneridad implica.

El funcionamiento del DEPARTAMENTO DE TRADICION FOLCLORICA .se concibe como un instrumento para impulsar la búsqueda y promoción en el sistema educativo de las raíces de nuestra cultura, suponiendo también una renovación metodológica en cuanto al tratamiento de los temas y acercándose a las concepciones actuales de la psicología del aprendizaje; permitiendo reunir y documentar toda una serie de tradiciones culturales (música, juegos, artesanía, leyendas y otras) ligadas a las características específicas de estos alumnos.

Además este proyecto se inclina en hacer aportes significativos para el desarrollo del socialismo que se viene impulsando como proceso de cambio estructural en Venezuela. Entendiéndose este como un movimiento, con raíces históricas, sustentadas en los patrones culturales de la población autóctona, enriquecidos por las tradiciones, originadas en el marco de la civilización occidental, que alimentaron el proceso de integración de nuestra comunidad política y la estabilización del Estado.


*Cantate, locutor, investigador cultural.

Fotografía: Llanero, Redoma Industrial de Barinas (Arturo Alvarez D'Armas)

CULTURA POPULAR TRADICIONAL ESTADO GUARICO

Lcda. MSc. Omaira Utches Esquetin*


La Cultura Nacional es el resultado de muchas corrientes, en el sentido histórico, están presentes los elementos españoles, africanos e indígenas. El término “Cultura”, se emplea en el sentido antropológico, es decir, “todo lo creado por hombre”, para su utilización y beneficio incluyendo, elementos que han contribuido a la formación de la personalidad del venezolano en distintas épocas.

Las manifestaciones culturales forman parte de la cultura popular tradicional, entendiéndose ésta, como la expresión del sentir del pueblo que no esta relacionada con la moda, cuyo paso por la sociedad es temporal, mientras que la tradición, trasciende, va mas allá de una repetición momentánea y esta asociada a ciclos vitales de la naturaleza. De igual forma, la acepción de “popular” no esta referida al “momento”, ni a lo que se usa, ni al más aceptado, sino, a “pueblo” a lo que realizan algunos que incluyen a todos. La cultura popular tradicional tiene connotaciones propias que jerarquiza en su interior diversos elementos conformados a través de distintos procesos históricos y que además, no esta reñida con los cambios sociales, puesto que, éstos, lejos de causar destrucción o extinción de sus rasgos básicos, le permiten conservar y enriquecer los aspectos que se son inherentes a la manifestación y que los mismos pueblos desean que permanezcan en el proceso de su autodesarrollo. En lo referente a la identidad, por definición etimológica significa “idéntico” y no puede aplicarse a las manifestaciones culturales, por cuanto éstas, se caracterizan por la diversidad que le otorgan rasgos propios, auténticos o genuinos que llevan a los grupos humanos a “identificarse” con las manifestaciones, lo que les da el sentido de pertenencia con costumbres, creencias y tradiciones propias del lugar de origen.

En el Estado Guárico, cultura popular tradicional enmarca una diversidad de manifestaciones que coexisten en sus respectivos espacios y con la aceptación, defensa y preservación de la población, tanto propia como foránea, lo que ha permitido su paso de generación en generación desde algo más de 100 años. Entre esta diversidad se encuentra el joropo propio de cada localidad; el joropo denominado llanero, por el uso del arpa, como instrumento guía, la gastronomía, dulcería y bebidas, relacionadas con festividades y la cotidiana; artesanía, tanto tradicional como no tradicional; en la literatura están los refranes, mitos, leyendas, habla popular, cuentos, anécdotas, fábulas; en la religiosidad popular están los rituales a santos, vírgenes, objetos (cruz de mayo) y ánimas; en toponimia, todos los vocablos comidas, ropa, colores de descendencia africana, indígena y española; la música, tan variada y exquisita representada por diversos géneros; la medicina popular, representada por los botánicos, ensalmadores, curanderos, parteras; arte popular con la pintura ingenua, bosquejos, decoración de piezas y, por último, los seres humanos que han sido tocados por la magia y desarrollan ese don intangible llamado creación que, de acuerdo al acto de fe, obra o cualquiera otra interpretación dentro de lo ritualistico, recibirán la denominación, es decir, si es quién dirige, organiza, mantiene la manifestación, escultor o cultora (rinde culto a), si solo paga promesa, es participante, si es temporal, si es permanente, es promesero (a) y así sucesivamente, dependiendo del área donde se desenvuelve. Estas manifestaciones se desarrollan de año a año sin variación en algunas y, en otras, alguna que otra inclusión de un elemento que le aporta más particularidad de la que ya tenía y esto para que suceda, debe ser con la anuencia de los cultores y a través de un proceso largo de asimilación. Del mismo modo están las que ya dejaron de realizarse y otras que están en vías de quedar en el olvido puesto que, son muchas las circunstancias que afectan la vida local, pero sin embargo, las creencias, costumbres y tradiciones perviven pese al caos y la crisis puesto que, el caos simboliza la destrucción de algo para emerger de nuevo con orden y esto, se repite cíclicamente en el devenir cultural humano.


*Licenciada, investigadora de la cultura popular y tradicional.

miércoles, 18 de febrero de 2009

La llaneridad (2)

Eduardo Camps Vegas*



Llaneridad e Identidad Nacional



¡Líbreme dios de pretender polemizar con mi amigo Adolfo Rodríguez y menos aún con mi discípulo José Pérez¡ A ambos les reconozco la meritoria labor que realizan al profundizar en el conocimiento de nuestro llano y estoy seguro que las generaciones futuras, cuando haya desaparecido el “último llanero”, agradecerán a ambos y a otros cultores del llano, su concienzuda pesquisa y agradable reseña. Mi problema con la llaneridad proviene de mi formación como historiador de lo universal. Para mi la Historia de Venezuela es parte de la rama de la ciencia histórica que conocemos como Historia Nacional, la historia de América Latina es parte de las historias regionales y quienes se dedican a temas locales, como es el caso de la historia de los llanos, hacen historia local y quienes historian temas aun más delimitados en tiempo y espacio hacen micro historia. En consecuencia, desde el punto de vista de nuestro quehacer me resulta difícil entender un sustituto –que de paso no está bien explicado- de historia local por el de llaneridad o zulianidad, según me entero gracias a mis amigos de este blog.
Según admite mi discípulo Pérez “La llaneridad se entiende como los rasgos históricos y culturales que identifican al hombre de nuestras comunidades llaneras dentro de un paisaje humano, en este caso el guariqueño. Esta noción está entrañablemente asociada a la identidad regional, que no es otra cosa que el reconocimiento de los”otros”, y se distingue de nuestra nacionalidad (Rago A, Víctor,1999) con una conceptualización de “alteridad sociocultural” (Rodríguez, Adolfo, 2008)”

Tal vez por que mi mente discurre sobre la base de la especificidad de tal término. ¿Qué es lo que define la llaneridad?.¿Se trata acaso de una definición geográfica?. Si este fuera el caso, dentro de los estudios de la llaneridad ¿debemos incluir a los llanos de Monagas y Anzoátegui, a las pampas argentinas, a las sabanas de África, con sus culturas que giran exclusivamente en torno al ganado, a los pastores de Mongolia y sus inmensos rebaños de yacs?.¿Podemos incluir a Guárico dentro de los estados llaneros aún a sabiendas de que geográficamente la mayor parte del estado está constituido por formaciones llamadas en rigor “mesas”?

Tal vez no sea una cuestión de geografía sino que lo que le da especificidad y contenido al término sea la especialización y división del trabajo que las sociedades pastoriles y ganaderas imponen a los humanos, como bien señala Darcy Ribeiro en su obra “El proceso civilizatorio”. Lo que para nosotros es “trabajo de llano”, asumido como único y propio, son las charreadas de los mejicano, las carneadas de los gauchos y las sangrías de los bantúes. Es decir que la crianza y uso del ganado es similar en donde quiera que se practique este tipo de trabajo, no propiedad exclusiva de la llaneridad.

Pudiera ser la trashumancia del llanero acostumbrado, hasta fecha muy reciente, a marchar con sus ganados a los sitios de pastura en verano y a las zonas altas en época de lluvias.

O es que en la llaneridad predomina lo oral sobre lo escrito ya que leer a caballo resulta poco menos que imposible y además los libros pesan mucho más que “chinchorro y colcha”.

¿No sería más fácil y más sensato hablar de Historia de los Llanos en lugar de una identidad local más perdida que la identidad nacional.?.

Para situar esta amable conversación en un terreno fértil me referiré al mito de que todos los países latinoamericanos somos la misma cosa. Hace ya muchos años que Lewis Hanke desmontó en su obra “¿Tienen las Américas una Historia Común?." esta divulgada creencia. Muy poco en común tiene Venezuela con Perú o Perú con México, o Chile con los Estados Unidos. Claro, todos parecemos tener una historia común a partir de la conquista y esta comunidad se estrecha por que casi todos aprovechamos la invasión de España por las fuerzas del ejército de Napoleón Bonaparte para labrar nuestra independencia nacional.

Ver la Historia de las Américas con esta óptica no es más que afianzar una mentalidad pro occidental y colonialista. Nos mete por el cajón del doble discurso: los españoles hicieron las cosas bien: la unión en lugar de la fragmentación que trajo la Independencia.

Ahora bien, si lo que nos provee de una identidad nacional, entre otras cosas, es la historia, nada debería diferenciar a un mejicano de un venezolano, ¿no es así?.Basta con pisar suelo mejicano para que nos asalten las diferencias. Para comenzar nadie anda en traje de charro y no se oyen en la radio las rancheras de Pedro Infante o Jorge Negrete. El simple hecho de observar a sus habitantes deja claro que allí no se produjo el mestizaje que nos caracteriza. No hay raíces negras y lo indígena está presente en la dieta, en los nombres de las poblaciones y personas, en la presentación de los bienes de consumo, en la preferencia por colores muy vivos en el vestir, hablan castellano pero a un mejicano le cuesta separar el acento venezolano del puertorriqueño, el cubano o el dominicano tanto como a nosotros pronunciar todas las eses y las ces. En el clima nos diferenciamos claramente. Casi todo Méjico, con excepción de los estados más meridionales, posee un clima más bien frío en el que las nevadas y granizadas en enero no constituyen novedad.

Los historiadores mejicanos sostienen que “la conquista la hicieron los indios y la independencia los españoles”. Esto para dejar bien sentado que Cortés nunca hubiese sometido a los Aztecas de nos ser por las numerosas naciones indígenas que se aliaron con él para vencer a un cruel enemigo común.

¿Acaso no fue el Padre Hidalgo” el que dio el grito de la Independencia?. En efecto todos los líderes del movimiento de insurrección contra los franceses que dominaban la Madre Patria eran españoles. Y más aún, las instituciones monárquicas estaban tan fuertemente arraigadas en el espíritu indígena y en el criollo, que Méjico transitó por varios ensayos monárquicos con Iturbide primero y con Maximiliano, después. Lo raro en Méjico son los interregnos democrático-liberales, entre uno y otro gobierno autócrata. En cambio Venezuela es el país de las revoluciones, desde el negro Chirinos hasta nuestra era. Cada revolución pretendiendo alcanzar la máxima felicidad, la máxima igualdad y el mínimo de un gobierno central.

Si la historia es la fuente de la identidad, sea esta nacional o regional, sólo cabe sostener que la historia de los llanos debe haberse apartado mucho del tronco común de la identidad nacional venezolana para merecer trato aparte y distinto del resto del país, más aún cuando se pretende sostener que está centrada en Guárico, o por argumento contrario, tan oculta que requiere de técnicas especiales de investigación que la detecten. En verdad creo que ninguna, de ambas posibilidades es cierta.
Hay quienes piensan que la identidad nacional venezolana está perdida o en trance de perderse al ser subsumida por esa enorme aspiradora de identidades nacionales que es la llamada globalización.
Hace años vi en San Fernando un llanero que iba en bicicleta y llevaba su kilito de harina PAN. Sentí en ese momento la inexorable muerte del llano tradicional y con ella la de un pedacito de Venezuela. El caballo sustituido por la cicla y el pilón por un producto industrializado. Ahora veo llaneritos de pelo con gelatina, zarcillos en las orejas y por música un regatón. ¡Es el progreso mi amigo¡. ¡No llore sobre la leche derramada, compañero!, me susurra una voz de indiscutible acento llanero, que se que en unos 20 años será objeto de la curiosidad de algún lingüista que trata de encontrar vestigios de nuestro “cantaito”.
En mi artículo sobre la llaneridad puse el ejemplo del llanero que distingue dos tipos de indios (yaruros y cuibas que comparten las sabanas del Capanaparo), el irracional, que no monta a caballo y el medio racional que si lo monta. El criterio del criollo es el uso de un transporte importado: el caballo; y aún el indio que lo monta es sólo medio racional pues no comparte con el criollo los demás bienes culturales que la occidentalización y modernización trajeron con la conquista y la colonia.
En este caso el llanero está claro con respecto de su identidad, que se separa de “los otros”. Es por eso que el criollo se separa del indígena. Aquí si hay “alteridad” para no decir segregación.

En cambio la identidad nacional venezolana es mucho más difícil de precisar debido a que nos emparentamos con otros países que suponemos hermanos por haber compartido al mismo amo. Tendemos a creer que las caraotas negras, el arroz, la carne mechada, las tajadas y las arepas son parte de nuestra identidad nacional y nos complacemos cuando un cubano nos dice que al “pabellón” ellos lo llaman “moros y cristianos”. En ese momento pensamos que cubanos y venezolanos somos casi la misma cosa, a pesar del hecho de que Cuba fue el último de los países de Hispanoamérica en alcanzar su independencia y que lo hizo a manos de José Martí, quién había sido educado en los Estados Unidos y regresado a la isla hecho ya un hombre. Tampoco recordamos el hecho insólito para nosotros, que en 1912 el Partido Independiente del Color pretendió fundar en territorio cubano una República Negra Independiente debido al racismo que imperaba (impera?) en nuestra “hermana” nación.
Mi argumento es claro: la identidad es un problema de óptica. El venezolano se identifica con los valores de la sociedad occidental representada en un contexto latino y territorialmente situada en el Nuevo Mundo. No se trata de valores propios sino adquiridos mediante un proceso de aculturación cuya duración se mide en siglos. En consecuencia, sostener que el llanero, particularmente el guariqueño, posee una especificidad que lo hace más o menos único y segregado de la identidad nacional, me parece una exageración tanto más peligrosa como la idea de que las Américas tienen una historia común. En ambos casos se desdibuja y enturbia lo que nos hace venezolanos.
San Juan de los Morros, miércoles, 18 de febrero de 2009


*Doctor en historia, titular UCV.
Foto tomada de http://losllanosorientales.blogspot.com/2008/05/llanos-orientales.html

martes, 17 de febrero de 2009

LA LLANERIDAD Y EL PROFESOR CAMPS VEGA

Adolfo Rodríguez*



Inicia nuestro amigo Camps Vega por confesar que no entiende “la importancia que se le da a este tema”. Y asegura que entre los andinos, centrales ni orientales no hay tal esmero. Dudo que sea así. Y estimo que nadie debe despachar de manera tan rápida una inquietud que, a mi entender, ha merecido prolongada atención a nivel nacional. Recordemos aquella revista “Margariteñerías”. Aunque da la impresión que en la actualidad la única región venezolana que cuenta con una foro permanente acerca de su etnicidad fuese la llanera. El Zulia como que se está estrenando.

Asimismo estimo de indudable velocidad asegurar que una región sea más rica en folklore que otra. La antropología ha terciado en el dilema y le otorga validez y peso a todas, cada una en su especificidad.

Comparto su apreciación acerca de que lo llanero no significa lo venezolano y más bien celebro que otras culturas procuren zafarse de imposiciones. Es lo que intentamos hacer desde nuestra región. Pero la tarea no es fácil y como observa el doctor Biord, mientras Venezuela es llanerizada, el llano se desllaneriza. De los instrumentos musicales, creo que no son estrictamente llaneros, hay diversidad de joropos a lo largo y ancho del país (“Alma llanera” es caraqueña) y el liquilique no es de origen llanero. Así que la referencia a Pérez Jiménez y sus celebraciones deben estudiarse como una impostación que golpeó tanto nuestra autenticidad como la ajena. “Pobres criterios” sin duda, pero no extensivos a quienes se esmeran hoy por estudiar científicamente esta y otras culturas nacionales, sin afanes expansivos y más bien con el buen deseo de que se justiprecien todas. Hay musicólogos quienes dudan de la llaneridad de buena parte de la producción disquera de Torrealba, generada casi toda en Caracas.

Y hablando de Gallegos, los mejores estudios relacionados con su obra, son densos y nada esquemáticos y comparten su apreciación de que ni son bárbaros los llaneros ni tan civilizados los citadinos. Gallegos no fue simplista.

En cuanto al autodesignativo llanero, hay muchas regiones cuyos habitantes lo quieren para sí. Gallegos dice, a través de uno de sus personajes que “llanero es llanero hasta la quinta generación”, como legitimando que él, entre otros caraqueños, lo desearon para sí. Y lo asumen, además, tanto los que exterminan indígenas como quienes conviven con ellos, quienes transculturizan llano adentro como los que, desde lejos, preservan gemas preciosas de su cultura regional.

Pienso, doctor Camps, que el debate acerca de la identidad nacional, sí contribuye a iluminar en cuanto a asuntos relativos a cualquier integración con otras naciones y dar justo sitial a nuestros próceres. La nacionalidad venezolana y su historia se consolidará más en la medida en que cada una de sus comunidades comprenda el sitio que le corresponde, importantes todos, valiosos por igual.

Sus párrafos referidos a la obra galleguiana ameritan análisis aparte, que procuraré en otra oportunidad, previa lectura del ensayo del doctor Carrera Damas.

Reciba mi saludo de quien juzga positivo cualquier aporte a este debate sobre un asunto que sí amerita la máxima dedicación.


*Docente, poeta e historiador.

Foto tomada de http://flickr.com/photos/79955941@N00/2166417773

sábado, 14 de febrero de 2009

DONDE NACIÓ EL LLANERO

Eduardo López Sandoval*

El Sitio donde nació el Llanero está ubicado en el Municipio Ortiz, en la mitad de la vía entre la ciudad de Ortiz y Calabozo, en la mitad de la carretera de hoy, como era la mitad del camino cuando lo transitó el Obispo Mariano Martí, quien en DOCUMENTOS relativos a su visita Pastoral de la Diócesis de Caracas, en el aparte dedicado al "PUEBLO DE SANTA ROSA DE LIMA DE HORTIZ", lo vio con estas palabras:

Este Pueblo de Vecinos Españoles estuvo agregado al de Parapara, hasta el año de 1776, que se desmembró del, y con las formalidades de derecho, (…). Confronta con el Oriente con el pueblo de San Francisco de Cara, distante 14 leguas, y hasta el lindero divisorio que es la cumbre del Serro Pedregal, hay legua y cuarto; Por el poniente con el Pueblo de Tiznados distante 11 leguas, y hasta el lindero divisorio, que es la Cumbre del Pueblo de Hortiz, hay legua y cuarto; por el Norte con el pueblo de Parapara distante dos y media leguas, y hasta el lindero divisorio, que es la Cumbre del Serro de Carguata, hay una legua; y por el Sur, con la Villa de Calabozo distante 20 leguas, y hasta el lindero divisorio que esl Hato del Caiman, inclusive, hay 10 leguas…

Del momento en que nació el Llanero como etnia, nos dice el Llanerófilo Miquel Izard, quien es uno de los más reconocidos Llanerólogos del viejo continente, citado por Adolfo Rodríguez, el más respetado Llanerólogo del nuevo continente, que de su obra Imagen de los Llanero Venezolanos, página 52, cito:

obsérvese que en 1799, cuando Humboldt registra, en el texto escrito por primera vez la existencia del mencionado gentilicio, estaba adquiriendo una tremenda importancia la economía ganadera, en virtud de las necesidades de suministro de carne tanto para el creciente consumo interno como para la exportación, que obliga a la administración colonial a la asunción de medidas cada vez más perentorias para conquistar el llano y aprovechar su ingente riqueza pecuaria…

Más adelante, en la página 153, Adolfo Rodríguez se refiere de manera más precisa a Humboldt, como el iniciador de la literatura que admite la existencia del autodenominado gentilicio de los Llaneros. Humboldt lo reveló con estas palabras:

Después de haber pasado dos noches a caballo y buscando en vano bajo grupos de palmera de moriche algún amparo contra los ardores del sol, llegamos antes de anochecer al pequeño fundo de El Caimán, llamado también La Guadalupe. Es un hato de ganado, es decir, una casa aislada en la estepa, rodeada de algunas chocillas techadas con cañas y cueros…

Después de años, de este sitio haberse perdido de los alcances de la historiografía patria, lo hemos encontrado. El Fundo El Caimán está en el Hato El Corozo, en un espacio de trabajo que los actuales propietarios denominan Potrero Caimán, es el mismo sitio desde donde el sabio alemán Alejandro Von Humboldt, en el año 1799, dio a conocer al mundo la existencia de la nueva etnia denominada Llanero y que fue visitada una veintena de años antes por el Obispo Mariano Martí, además, fue escenario donde se escenificaron eventos de la Guerra de Independencia de Venezuela. El libertador Simón Bolívar se encontraba el 14 de marzo de 1818 en este Sitio.

Por la importancia que el hecho del descubrimiento de este Sitio significa para nuestra historia, nos hacemos partícipe de una programación que tendrá como objetivo presentarle este lugar a los Historiadores, Investigadores, Cronistas, medios de comunicación y público en general, este programa lo realizarían las autoridades de los Municipios Ortiz y Calabozo, y el Centro de Estudios del Llano, CELLUNERG.

Llanero, para la programación que se alude, se realizaría un Encuentro de Historiadores en el Municipio Ortiz, jurisdicción bajo la cual se encuentra el lugar donde nació el Lanero, el 07 de marzo de 2009, mes aniversario de la estada de Bolívar en estos llanos, y mes aniversario, también, de la permanencia del Sabio alemán en estos llanos, donde le sacó la Partida de Nacimiento al Llanero colombovenezolano.

Llaneros, Llanerólogos y Llanerófilos, manifiesten sus inquietudes referidas a lo tratado en este escrito a las autoridades mencionadas, o al descubridor del lugar donde nació el Llanero, al correo electrónico eduardolopezsandoval@yahoo.es. Saludos, desde Calabozo, la capital del Llano integral colombovenezolano.


*Abogado e historiador venezolano (Calabozo, estado Guárico)

Foto tomada de http://www.corporinoquia.gov.co/galerias/6/14_llaneros.jpg


¿EXISTE LA LLANERIDAD?

Adolfo Rodríguez*


Recién ha concluido la Semana de la Zulianidad y nos preguntamos por aquí, si estamos en lo correcto al hablar de Llaneridad. Hace más de treinta años que celebramos reuniones conjuntas con los llaneros de Colombia para debatir el tema. Y unos 15 que lo hacemos municipio por municipio en Guárico. Y otros menos en que se propuso el 17 de febrero Día de Los Llaneros por la Proclama que Bolívar les dedicó en El Sombrero. Cien años de su nacimiento se conmemoraron el año pasado de De Armas Chitty y Julio De Armas y se recordarán ahora los de Sánchez Olivo.

La Semana de la Llaneridad puede celebrarse a partir del 15 de febrero, en que se cumplen 80 de la publicación de Doña Bárbara o entre el 2 de agosto - natalicio de su autor- y el 9 de ese mes en que serán los cien de la muerte de Francisco Lazo Martí. Que decidan las instituciones.


*Docente, poeta e historiador venezolano (Los Teques, estado Miranda)

Fotografía: Arturo Álvarez D'Armas

Pedagogía de la llaneridad

José Obswaldo Pérez*




LA LLANERIDAD no es un concepto vano y sí un hecho fenomenológico producto de una “conjunción histórica de varias culturas”, como señala Mariano Herrera Cerpe. Su significado va más allá de eventos, es sociológico y biológico: y, al mismo tiempo, implica todo lo que conforma la identificación identitaria de la cultura llanera. El lenguaje, la simbología, los valores, las costumbres, su quehacer, su tipología y cualquier conjunto de elementos culturales como mitos, ritos y creencias.

La llaneridad se entiende como los rasgos históricos y culturales que identifican al hombre de nuestras comunidades llaneras dentro de un paisaje humano, en este caso el guariqueño. Esta noción está entrañablemente asociada a la identidad regional, que no es otra cosa que el reconocimiento de los ”otros”, y se distingue de nuestra nacionalidad (Rago A, Víctor,1999) con una conceptualización de “alteridad sociocultural” (Rodríguez, Adolfo, 2008).

La llaneridad tiene una significación propia, y su sostenibilidad cultural una pedagogía que” se transmitía directamente, de adulto a jóvenes, mediante las múltiples formas del aprendizaje” (IZARD 1988: 28). Esa enseñanza partía de un intercambio de experiencias y conocimientos que hoy debemos rescatar y aprovechar para la construcción de conocimientos e investigaciones sobre la cultura llanera. El método freireano sirve aquí para desarrollar el concepto y poner en práctica una educación socializada desde las aulas de clase dentro de una pedagogía crítica, por medio de la cual se haga posible reinterpretar la sociedad y la historia a la luz de los nuevos cambios sociales, culturales, económicos y políticos de la región. Se trata de una educación sencilla y de integración, no de invasión cultural.

Mi antiguo profesor de historia, Eduardo Camps Vega, ha puesto en debate en el blog del escritor Jeroh Montilla una reflexión sobre el concepto de llaneridad, al cual le da poca importancia (realegándola a una discusión simplista) y la subyuga a una mera perspectiva geográfica y espacial: de lo urbano a lo rural; de la civilización a la barbarie en mero discurso galleguiano. Pero, sin embargo, recojo de él una conclusión de que la llaneridad es algo así como “una prolongación” de la conquista europea. Y subrayo esto porque creo en esta premisa conceptual de la evolución ribeireana de las sociedades y grupos sociales, la cual no se reduce a sólo una composición étnica entre indígenas y españoles. Hay otro componente en esa cosmogonía mestiza, ligada a los límites libertarios y a la fuerza de trabajo que se inició en los hatos ganaderos, en las rochelas y cumbe llaneras: los negros africanos.

La negritud, imagen del café con leche, es el tercer elemento en la construcción de nuestra cultura venezolana que, en la América hispana y en nuestras regiones llaneras, dio paso a la cimentación de una nueva cultura única o como lo llama el doctor Adolfo Rodríguez: una nueva neoétnia. Su definición epistemológica nos sirve para identificar, desde la perspectiva histórico antropocultural, al hombre llanero o la llaneridad como producto de ese contacto étnico-cultural. El paisaje y la cultura convivencial, con relación estrecha con el trabajo de las vaquerías, donde la fuerza y la habilidad constituyeron los elementos esenciales de la forja y supervivencia de la identidad llanera. Pero, sobre todo, los elementos culturales constitutivos del ser criollo, concebidos como "llaneridad" han sido objeto de enseñanza de la historia, verbigracia, el pionero de Guárico Adolfo Rodríguez. Los llaneros aprendieron a domesticar animales y a practicar la ganadería, actividad que se usó para la construcción del Estado-nacional, más el propio pellejo que colocaron estos hombres en el triunfo de la Guerra de la Independencia.


BIBLIOGRAFÍA


ÁLVAREZ ÁLVAREZ La etnografía como modelo de investigación en educación. http://www.ugr.es/~pwlac/G24_10Carmen_Alvarez_Alvarez.html

CAMPS VEGAS, EDUARDO (2009). La llaneridad. historiografias.blogspot.com/2009/01/la-llaneridad.html.

CHARIER, ALAIN (2000) Le Mouvement Noir au Venezuela: Revendication identitaire et modernité. Paris: L'Harmattan.

HERRERA CERPE, MARIANO (1985) Reflexiones acerca de un grupo cultural popular: los llaneros de Venezuela. Barcelona: Revista Boletín americanista. No. 35

IZARD, MIGUEL (1988) Orejanos, Cimarrones y arrochelados: Los llaneros del Apure. Barcelona Sendai Ediciones.

RAGO A, VÍCTOR (1999, Enero). Llano y llanero: contribución al estudio del forjamiento de una imagen. Boletín Antropológico del Centro de Investigaciones Etnológicas. Vol.45, p.27-47. Mérida: Universidad de los Andes.

RODRÍGUEZ, ADOLFO (2008). La llaneridad venezolana en el siglo XXI entre etnocidios y etnogénesis. historiografias.blogspot.com/2008/09/la-llaneridad-venezolana-en-el-siglo.html


*Historiador, periodista y docente venezolano (Ortiz, estado Guárico)

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LA LLANERIDAD*

Eduardo Camps V*


Debo, de entrada, confesar que no logro entender la importancia que se le da a este tema de la llaneridad. No sucede lo mismo con los andinos quienes no poseen, ni han desarrollado, un ideario en torno a la andinidad. Tampoco lo han hecho los centrales ni los orientales que poseen un folklore tanto o más rico que el llanero.

Como caraqueño me cuesta pensar que lo llanero significa lo venezolano ni que mi identidad cultural esté representada por la supuesta llaneridad. Reconozco que el joropo, el liquiliqui, el arpa, cuatro y maracas juegan un papel muy importante en la identidad nacional, pero no son los únicos. Más bien me parecen recuerdos de la dictadura de Pérez Jiménez que celebraba la Semana de la Patria con empleados públicos vestidos de liquiliqui y las damas con un atuendo que nunca se vio en el llano, acompañados de música llanera compuesta por los hermanos Torrealba y cantada por Magdalena Sánchez o Mario Suárez

Si Pérez Jiménez y sus asesores trataron de imponer esta limitada visión de lo nacional, allá ellos y quienes aún continúan viendo nuestra identidad nacional con tan pobres criterios.

Si el tema viene de la polaridad que Don Rómulo Gallegos usara como metáfora para comprender a personajes de sus novelas: la barbarie vs. la civilización, me parece que le hacen un pobre servicio a nuestra patria quienes no saben distinguir entre una metáfora literaria y una realidad histórica. Y esto por partida doble pues llanero no es sinónimo de bárbaro como urbano no lo es de civilización.

Recordemos, a fin de poner cierto orden en nuestras ideas, que Gallegos es portador de la mentalidad criolla que navega entre sus anhelos metropolitanos, en su caso los valores de la hispanidad, y su conocimiento de una Venezuela rural al borde de la extinción por obra de la globalización. Para ilustrar esta mentalidad habría que preguntarse porqué Don Rómulo no tomó como uno de sus personajes principales a un indígena o un tema indigenista situado en la época de la conquista, que hubiese sido válido para proclamar de manera indudable la dicotomía cultural que otros encuentran en sus obras.

Por el otro lado, podemos revisar los discursos presidenciales de Don Rómulo en los que el plural vosotros y otros frecuentes giros literarios encuentran inspiración en los de sus pares españoles.

Esto se comprende bien si tenemos en cuenta que Don Rómulo era, como tantos influyentes latinoamericanos, inconsciente de ser portador de los valores y principios de la civilización cristiana occidental.

Tenemos un buen ensayo sobre este tema en particular, escrito por el Dr. Germán Carrera Damas cuya lectura recomiendo y los invito a revisar el siguiente sitio de Internet en el cual el profesor Carrera traza un cuadro referencial para los historiadores venezolanos y extranjeros.

http://aladecuervo.net/logogrifo/0502/sem4/conciencia_nacional.htm

Por otra parte hay que reconocer que el llanero, nativo de las riberas del Arauca y del Capanaparo si tiene conciencia del ser llanero. El califica a cuibas y llaruros como no racionales y al indio que entiende los oficios del jinete lo llama “medio racional”. De nuevo, aún en el más apartado rincón de nuestra patria, puede constatarse que los valores criollos son prolongación de los europeos y consubstánciales de la “llaneridad”.

La pretensión de ubicar la disputa en términos de identidad nacional no es sino un señuelo que nos aleja de la obligación que tenemos para con nuestra historia nacional y la supervivencia como país, ambas amenazadas hoy por la idea de reconstruir la Gran Colombia, la satanización del General Páez y un discurso que nos hermana constantemente con culturas ajenas como la iraní o la china. Venezuela fue, a lo largo de su rica historia, un país de rebeldes que pagaron con sangre sus afanes por la libertad. No podemos darnos el lujo de que tan rica tradición se diluya en una polémica tan irrelevante como peligrosa.


*Historiador y profesor universitario venezolano (San Juan de los Morros, estado Guárico)

Tomado de http://historiografias.blogspot.com/search/label/Antropologia y Etnología