miércoles, 18 de febrero de 2009

La llaneridad (2)

Eduardo Camps Vegas*



Llaneridad e Identidad Nacional



¡Líbreme dios de pretender polemizar con mi amigo Adolfo Rodríguez y menos aún con mi discípulo José Pérez¡ A ambos les reconozco la meritoria labor que realizan al profundizar en el conocimiento de nuestro llano y estoy seguro que las generaciones futuras, cuando haya desaparecido el “último llanero”, agradecerán a ambos y a otros cultores del llano, su concienzuda pesquisa y agradable reseña. Mi problema con la llaneridad proviene de mi formación como historiador de lo universal. Para mi la Historia de Venezuela es parte de la rama de la ciencia histórica que conocemos como Historia Nacional, la historia de América Latina es parte de las historias regionales y quienes se dedican a temas locales, como es el caso de la historia de los llanos, hacen historia local y quienes historian temas aun más delimitados en tiempo y espacio hacen micro historia. En consecuencia, desde el punto de vista de nuestro quehacer me resulta difícil entender un sustituto –que de paso no está bien explicado- de historia local por el de llaneridad o zulianidad, según me entero gracias a mis amigos de este blog.
Según admite mi discípulo Pérez “La llaneridad se entiende como los rasgos históricos y culturales que identifican al hombre de nuestras comunidades llaneras dentro de un paisaje humano, en este caso el guariqueño. Esta noción está entrañablemente asociada a la identidad regional, que no es otra cosa que el reconocimiento de los”otros”, y se distingue de nuestra nacionalidad (Rago A, Víctor,1999) con una conceptualización de “alteridad sociocultural” (Rodríguez, Adolfo, 2008)”

Tal vez por que mi mente discurre sobre la base de la especificidad de tal término. ¿Qué es lo que define la llaneridad?.¿Se trata acaso de una definición geográfica?. Si este fuera el caso, dentro de los estudios de la llaneridad ¿debemos incluir a los llanos de Monagas y Anzoátegui, a las pampas argentinas, a las sabanas de África, con sus culturas que giran exclusivamente en torno al ganado, a los pastores de Mongolia y sus inmensos rebaños de yacs?.¿Podemos incluir a Guárico dentro de los estados llaneros aún a sabiendas de que geográficamente la mayor parte del estado está constituido por formaciones llamadas en rigor “mesas”?

Tal vez no sea una cuestión de geografía sino que lo que le da especificidad y contenido al término sea la especialización y división del trabajo que las sociedades pastoriles y ganaderas imponen a los humanos, como bien señala Darcy Ribeiro en su obra “El proceso civilizatorio”. Lo que para nosotros es “trabajo de llano”, asumido como único y propio, son las charreadas de los mejicano, las carneadas de los gauchos y las sangrías de los bantúes. Es decir que la crianza y uso del ganado es similar en donde quiera que se practique este tipo de trabajo, no propiedad exclusiva de la llaneridad.

Pudiera ser la trashumancia del llanero acostumbrado, hasta fecha muy reciente, a marchar con sus ganados a los sitios de pastura en verano y a las zonas altas en época de lluvias.

O es que en la llaneridad predomina lo oral sobre lo escrito ya que leer a caballo resulta poco menos que imposible y además los libros pesan mucho más que “chinchorro y colcha”.

¿No sería más fácil y más sensato hablar de Historia de los Llanos en lugar de una identidad local más perdida que la identidad nacional.?.

Para situar esta amable conversación en un terreno fértil me referiré al mito de que todos los países latinoamericanos somos la misma cosa. Hace ya muchos años que Lewis Hanke desmontó en su obra “¿Tienen las Américas una Historia Común?." esta divulgada creencia. Muy poco en común tiene Venezuela con Perú o Perú con México, o Chile con los Estados Unidos. Claro, todos parecemos tener una historia común a partir de la conquista y esta comunidad se estrecha por que casi todos aprovechamos la invasión de España por las fuerzas del ejército de Napoleón Bonaparte para labrar nuestra independencia nacional.

Ver la Historia de las Américas con esta óptica no es más que afianzar una mentalidad pro occidental y colonialista. Nos mete por el cajón del doble discurso: los españoles hicieron las cosas bien: la unión en lugar de la fragmentación que trajo la Independencia.

Ahora bien, si lo que nos provee de una identidad nacional, entre otras cosas, es la historia, nada debería diferenciar a un mejicano de un venezolano, ¿no es así?.Basta con pisar suelo mejicano para que nos asalten las diferencias. Para comenzar nadie anda en traje de charro y no se oyen en la radio las rancheras de Pedro Infante o Jorge Negrete. El simple hecho de observar a sus habitantes deja claro que allí no se produjo el mestizaje que nos caracteriza. No hay raíces negras y lo indígena está presente en la dieta, en los nombres de las poblaciones y personas, en la presentación de los bienes de consumo, en la preferencia por colores muy vivos en el vestir, hablan castellano pero a un mejicano le cuesta separar el acento venezolano del puertorriqueño, el cubano o el dominicano tanto como a nosotros pronunciar todas las eses y las ces. En el clima nos diferenciamos claramente. Casi todo Méjico, con excepción de los estados más meridionales, posee un clima más bien frío en el que las nevadas y granizadas en enero no constituyen novedad.

Los historiadores mejicanos sostienen que “la conquista la hicieron los indios y la independencia los españoles”. Esto para dejar bien sentado que Cortés nunca hubiese sometido a los Aztecas de nos ser por las numerosas naciones indígenas que se aliaron con él para vencer a un cruel enemigo común.

¿Acaso no fue el Padre Hidalgo” el que dio el grito de la Independencia?. En efecto todos los líderes del movimiento de insurrección contra los franceses que dominaban la Madre Patria eran españoles. Y más aún, las instituciones monárquicas estaban tan fuertemente arraigadas en el espíritu indígena y en el criollo, que Méjico transitó por varios ensayos monárquicos con Iturbide primero y con Maximiliano, después. Lo raro en Méjico son los interregnos democrático-liberales, entre uno y otro gobierno autócrata. En cambio Venezuela es el país de las revoluciones, desde el negro Chirinos hasta nuestra era. Cada revolución pretendiendo alcanzar la máxima felicidad, la máxima igualdad y el mínimo de un gobierno central.

Si la historia es la fuente de la identidad, sea esta nacional o regional, sólo cabe sostener que la historia de los llanos debe haberse apartado mucho del tronco común de la identidad nacional venezolana para merecer trato aparte y distinto del resto del país, más aún cuando se pretende sostener que está centrada en Guárico, o por argumento contrario, tan oculta que requiere de técnicas especiales de investigación que la detecten. En verdad creo que ninguna, de ambas posibilidades es cierta.
Hay quienes piensan que la identidad nacional venezolana está perdida o en trance de perderse al ser subsumida por esa enorme aspiradora de identidades nacionales que es la llamada globalización.
Hace años vi en San Fernando un llanero que iba en bicicleta y llevaba su kilito de harina PAN. Sentí en ese momento la inexorable muerte del llano tradicional y con ella la de un pedacito de Venezuela. El caballo sustituido por la cicla y el pilón por un producto industrializado. Ahora veo llaneritos de pelo con gelatina, zarcillos en las orejas y por música un regatón. ¡Es el progreso mi amigo¡. ¡No llore sobre la leche derramada, compañero!, me susurra una voz de indiscutible acento llanero, que se que en unos 20 años será objeto de la curiosidad de algún lingüista que trata de encontrar vestigios de nuestro “cantaito”.
En mi artículo sobre la llaneridad puse el ejemplo del llanero que distingue dos tipos de indios (yaruros y cuibas que comparten las sabanas del Capanaparo), el irracional, que no monta a caballo y el medio racional que si lo monta. El criterio del criollo es el uso de un transporte importado: el caballo; y aún el indio que lo monta es sólo medio racional pues no comparte con el criollo los demás bienes culturales que la occidentalización y modernización trajeron con la conquista y la colonia.
En este caso el llanero está claro con respecto de su identidad, que se separa de “los otros”. Es por eso que el criollo se separa del indígena. Aquí si hay “alteridad” para no decir segregación.

En cambio la identidad nacional venezolana es mucho más difícil de precisar debido a que nos emparentamos con otros países que suponemos hermanos por haber compartido al mismo amo. Tendemos a creer que las caraotas negras, el arroz, la carne mechada, las tajadas y las arepas son parte de nuestra identidad nacional y nos complacemos cuando un cubano nos dice que al “pabellón” ellos lo llaman “moros y cristianos”. En ese momento pensamos que cubanos y venezolanos somos casi la misma cosa, a pesar del hecho de que Cuba fue el último de los países de Hispanoamérica en alcanzar su independencia y que lo hizo a manos de José Martí, quién había sido educado en los Estados Unidos y regresado a la isla hecho ya un hombre. Tampoco recordamos el hecho insólito para nosotros, que en 1912 el Partido Independiente del Color pretendió fundar en territorio cubano una República Negra Independiente debido al racismo que imperaba (impera?) en nuestra “hermana” nación.
Mi argumento es claro: la identidad es un problema de óptica. El venezolano se identifica con los valores de la sociedad occidental representada en un contexto latino y territorialmente situada en el Nuevo Mundo. No se trata de valores propios sino adquiridos mediante un proceso de aculturación cuya duración se mide en siglos. En consecuencia, sostener que el llanero, particularmente el guariqueño, posee una especificidad que lo hace más o menos único y segregado de la identidad nacional, me parece una exageración tanto más peligrosa como la idea de que las Américas tienen una historia común. En ambos casos se desdibuja y enturbia lo que nos hace venezolanos.
San Juan de los Morros, miércoles, 18 de febrero de 2009


*Doctor en historia, titular UCV.
Foto tomada de http://losllanosorientales.blogspot.com/2008/05/llanos-orientales.html

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