José Obswaldo Pérez
Gozo debe uno sentir cuando uno ve incorporar a un nuevo libro en la historiografía venezolana. Especialmente de un guariqueño como de nuestro amigo Adolfo Rodríguez, con su nueva producción que lleva por titulo Los Llanos: enigma y explicaciones de Venezuela (Ediciones el perro y la rana, 2009). Más aún cuando la pretensión del libro tiene que ver con el origen y el presente, con lo que somos hoy día. Con la cosmovisión de esa Venezuela profunda, la cual un prócer como Bolívar tuvo la revelación de entender y trasladarse al llano para aliarse con el caudillo de Páez y hacer la Independencia con los caballos del llano.
Cuando Adolfo Rodríguez investiga la historia de los llanos y de los llaneros trata por definir la llaneridad como mito fundacional de Venezuela, y pareciera que está reflexionando sobre nuestra propia experiencia actual (digo, sobre nuestro proceso histórico nacional). Porque pareciera que estamos leyendo un lúcido ensayo sobre la construcción de otro nuevo consenso, de otro nuevo "ideal nacional", menos hispánico tal vez, más bolivariano, probablemente, pero con una carga de historiocidad y datos etnográficos que conformarían una nueva práctica y estructura reflexiva de entender la historia.
Adolfo, posiblemente sea el hombre más inquieto y acucioso en la indagación antropocultural de nuestras culturas llaneras y quien, quizás, pone en relieve la investigación académica de la llaneridad. Más allá de ser un cientista social no deja de ocuparse de sus proyecciones en los enfoques antropológicos que envuelven a la sociedad llanera (culturas rurales, leyendas y folklore) sobre ese manto geográfico que se extiende en nuestros llanos colombo-venezolanos.
El llanero ha estado siempre presente en la literatura nacional, en la historiografía y en los ensayos filosóficos, si bien la conceptualización de esta categoría social suele tornarse nebulosa y varía mucho según los autores, porque hay los críticos que no gustan de ese concepto que podría rayar a los extremos ideológicos. Pero, cualquiera sea la extensión que se dé al término, los rasgos más fuertes de la figura y de la épica llanera -de su mito, en suma- provienen del rol del llanero como neoetnicidad y como autodefinición de un gentilicio.
El llanero, en el primer tiempo, fue el cazador ecuestre de ganado cimarrón a quien se procura reprimir porque amenazaba la "propiedad del rey" (especialmente, los intereses de los licenciatarios de hatos) y luego la de los hacendados. Es también el "hombre libre", no sujeto a la familia patriarcal ni a las formas de compulsión laboral y de control social de las clases subalternas. Fue el jinete libre y rebelde, perseguido injustamente por la autoridad, que desafía el orden y amenaza la propiedad de los hatos: el que mantiene "la lanza erguida" pues no se doblega ante los opresores, vengando los abusos de los orgullosos funcionarios de la ley. Él posee los valores tradicionales del coraje y la generosidad, las destrezas para dominar el medio natural, encarna el ideal de vida de los pobres y oprimidos del campo. Hace lo que los demás ansían y quizás no se atreven a hacer. Son precisamente los rasgos del heroísmo campesino de todos los tiempos.
Los Llanos, de Adolfo Rodríguez, trata de un asunto crucial para comprender el código de la cultura llanera que se generó en el ambiente rural de la Venezuela precolonial. El arquetipo del llanero visto desde los ángulos histórico, místico, literario y artístico. Es un libro bien pensado, consumido para la reflexión. Un gran aporte para la comunidad científica y cultural del Guárico y el resto del país.
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